viernes, 12 de diciembre de 2008

Dia Triste, noche de angustias


Arriba la otra parte de la familia que esta donde mi hermano va...

Falta una hora, una corta hora para que mi único hermano se suba a un avión y se vaya, no se hasta cuando, a una tierra extraña triste y fría; se que esta sufriendo, por que deja un padre enfermo, y una madre no mucho mejor...
Aquí mi familia y yo, que no pasamos de 8 personas incluyendo a Sebastian de un mes de nacido, sentimos un nudo doble en la garganta, que solo nos permite murmurar. Que angustia! nunca me gustaron las partidas, soy amigo de los retornos, pero la vida, tiene sus caminos y por ellos tenemos que transitar; ahora le toca a él, mañana serán otros y cada vez nos quedamos mas solos.
Todo esto, solo por caprichos y conveniencias, por responsabilidades que nos hacemos y por "las buenas costumbres" que son insensatas e insensibles...

La Fuerza de las Palabras



Dr. Edmundo Añez Melgar
Palabras asustan más de que los hechos: a veces es así.
Descubrí eso cuando los adultos discutían y lanzaban palabras como fechas envenenadas sobre la mesa de reuniones (mi padre me llevaba siempre su trabajo). En esa época, apenas miraba por arriba de la tapa de mesa y el mundo de los adultos me parecía fascinante. El mío era demasiado limitado por horarios que tenían que ser obedecidos (¿por que los niños tenían que dormir tan temprano?), reglas odiosas, como dicen ahora (por que no correr descalzo en la lluvia, por que no poner los pies encima del sofá, ¿por que, por que, por que...?), y la escuela era un plomo (seria más divertido leer debajo de los naranjos en el patio de mi casa...).
Pero, en compensación, en la escuela nos contaban historias que terminaban en sonidos que formaban palabras y que también se jugaba con ellas: allá como en la casa, habían libros, y en ellos las palabras eran caramelos sabrosos o piedritas de colores que nos gustaba coleccionar.
Después hubo un tiempo (hoy ya no más) en que palabras eran cortadas por puntos suspensivos en la pantalla del cine, mientras sobre ellas se representaban escenas que harían colorearse al mojón con cara.*
Palabras ofenden más que la realidad – siempre creí eso muy complicado. Las palabras sirven para crear mal entendidos que lastiman durante años:
– Vos dijiste aquella vez que yo...
– De ninguna manera, yo jamás imaginé decir una cosa así....
– Pero vos dijiste...
– Nunca! ¡Tengo seguridad absoluta!
Vivimos en esos engaños, en esos desencuentros, en ese desperdicio de felicidad y afecto. En el sufrimiento desnecesario, cuando silenciamos en lugar de esclarecer. "ahora no quiero hablar de eso"; decimos. Pero deberíamos hablar exactamente de eso que nos asusta y nos aparta del otro. El silencio, cuando debíamos hablar, o la palabra errada, cuando debíamos habernos quedado quietos y callados: se instaura, así, el drama de la convivencia y la dificultad del amor.
Soy de los que opta por la palabra siempre que es posible. Ojos en los ojos, a veces mano en la mano o mano en el hombro: ven acá, vamos a conversar? No siempre es posible. Pero, en general, es mejor que el silencio crispado y las palabras barridas para abajo de la alfombra.
No hablo del silencio bueno en que se comparte ternura y comprensión, hablo del mal de un silencio resentido en el que se acumulan incomprensión y amargura, el vacío crece y el resentimiento crea distancia en la misma sala, en la misma cama, en la misma vida. En parte porque nada se dijo, cuando era necesario que todo sea dicho, talvez hasta para que las personas puedan separarse con amistad y respeto cuando todavía era (había) tiempo.
Hablar es también la esencia de la terapia: pronunciando el nombre de las cosas que nos hirieron, o de las que más nos asustan, de alguna forma adquirimos sobre ellas un mínimo control. El fantasma pasa a tener nombre y rostro y comenzamos a lidiar con el. Hay estudios interesantísimos sobre los nombres atribuidos al diablo, a las enfermedades consideradas incurables o altamente contagiosas: muchas veces, en lugar de las palabras exactas, usamos eufemismos para que el mal al que ellas se refieren no nos alcance (creo que en este caso es por superstición).
La palabra hace parte de nuestra esencia: con ella, nos acercamos del otro, nos entregamos o nos negamos, apaciguamos, herimos y matamos. Con la palabra, seducimos en un texto; con la palabra, liquidamos – negocios, amores. Una palabra da nombre al hijo que nace al barco que transportará vidas o armas.
"Vaya", "Venga", Quédese", "Yo voy", "Yo no se", "Yo quiero, pero no puedo", "Yo no soy capaz", "Si, yo lo merezco" – de esa forma, marcamos nuestras opciones, la derrota delante de nuestro miedo o la victoria sobre nuestro susto. Venimos al mundo para ponerle nombres a las cosas: de esa forma nos tornamos señores de ellas o siervos de quien las bautice antes que nosotros.

edmundoañez@uagrm.edu.bo
edmundoanez@upsa.edu.bo

*Es icono de la cultura de Santa Cruz de la Sierra, es poste al que en el inicio de siglo pasado alguien le esculpió un rostro y lo planto en una de las esquinas de la ciudad, en calles René Moreno y Republiquetas.